HALMAHERA

La isla más grande de las Molucas, pese a no disponer de clavo, albergaba sagú: alimento, base de la dieta de las Molucas y del que dependía el sustento de hidratos de carbono de toda la región.

Desde el inicio los españoles tuvieron un vínculo especial con esta isla. Las primeras expediciones que llegaron durante la primera mitad del siglo XVI siempre contaron con la ayuda y el apoyo de algunas de sus poblaciones. Además, décadas más tardes, las campañas jesuitas de la segunda mitad del XVI lograron un gran número de conversiones en una región donde el islam todavía no había llegado (motivo por el que San Francisco Javier tras visitarlas brevemente en 1547 las llamó «Las islas de esperar en Dios». Su interior, en la densidad de sus grandes selvas, era habitado por poblaciones paganas, alejadas de los tradicionales contactos de otras regiones asiáticas. Los llamados «alifures» por los españoles del XVII (pueblos de creencias animistas alejados de cualquier influencia malaya o javanesa, y que a día de hoy todavía perduran, como el caso de los Togutil).

Durante el siglo XVII, la llegada de las nuevas poblaciones europeas (españolas y holandesas) hizo que Halmahera adquiriese una nueva importancia estratégica. Sus grandes bosques de sagú fueron objeto de disputa por los poderes de las Molucas.

Los españoles diferenciaron dos zonas en base a su posición geográfica y su vinculación con los sultanes de las Molucas: la «Banda del Norte» la conformaba la costa norte históricamente vinculada a Ternate, mientras que la "Banda del Sur" era el tramo costero más al sur, frenta a la costa de Maquián, y tributario del sultán de Tidore.

La banda del norte